jueves, 5 de noviembre de 2015

“Se alegran los ángeles de Dios” (Lc 15,1-10.)

Evangelio según San Lucas 15,1-10.     
Comentario por David Quiroa

“Se alegran los ángeles de Dios” 

Los ángeles son seres muy poderosos e inteligentes. Si los viéramos en todo su poder, nos parecerían dioses o al menos superhéroes.  ¿Por qué tendrían que alegrarse de que un miserable pecador se convierta?

Porque los ángeles no pueden tomar decisiones por su cuenta. Sólo el ser humano fue creado con la capacidad de cambiar de opinión. Los demonios, que también fueron ángeles, ya decidieron ser malos y así se quedarán. Los ángeles decidieron ser buenos y así se quedarán. Nosotros podemos cambiar.

Por eso hay tanta alegría en el cielo cuando un pecador se convierte. Porque en el fondo, no tendría por qué hacerlo. Nadie lo obliga, no tiene “evidencias” de que existe un cielo, es sólo la fe lo que lo sostiene. Cuando un pecador se convierte, el cielo se anota un gol.


Hoy recordamos a los padres de Juan Bautista: San Zacarías y Santa Isabel eran fieles religiosos, pero en el fondo, poco creyentes. Habían perdido la esperanza de tener hijos a su avanzada edad. Y conciben a Juan, de quien el mismo Cristo dijo “no hay nadie más grande” (Lc 7,28).


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Evangelio según San Lucas 15,1-10.

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.

Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”.

Jesús les dijo entonces esta parábola: “Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla?

Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido”.

Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse”.

Y les dijo también: “Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: “Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido”.


Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte”.

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