lunes, 5 de octubre de 2015

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10,25-37.)

Evangelio según San Lucas 10,25-37.
Comentario por David Quiroa

“Amarás a tu prójimo como a ti mismo” 

¿Por qué nos cuesta tanto entender la Ley de Dios, si está resumida en una frase tan sencilla?  Es que confundimos el amor con otras cosas.  Y a veces, no nos queremos a nosotros mismos lo suficiente para amar a otros.

Es fácil entender que si yo no quiero que me maten, no mato. Si no quiero que me roben, no robo. Pero cuando llega la hora de pagar un sueldo o regatear un precio, allí se acabó la caridad y sálvese quien pueda. 

¿Quién no habría querido tener padres amorosos y comprensivos? ¿A quién no le gustaría ser reconocido por sus méritos? ¿Quién no quisiera que le cedieran el paso en el tráfico y no le tocaran la bocina cuando está en problemas? ¿Quién no quisiera tener una pareja estable, fiel y permanente?  “Ve tú, y procede de la misma manera”


Beata María Teresa Kowalska y el Rosario: María Teresa fue injustamente enviada a un campo de concentración y allí murió de tuberculosis. No sabemos de ella en particular, pero infinidad de enfermos terminales encuentran consuelo en esta oración suave, sencilla, llena de fe, que no cambia nunca aunque el mundo alrededor se nos derrumbe.

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Evangelio según San Lucas 10,25-37.

Un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?”.

Jesús le preguntó a su vez: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”.

Él le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”.

“Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida”.

Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”.

Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto.

Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo.

También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.

Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió.

Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: ‘Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver’.

¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”.

“El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor.


Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”.

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