Evangelio según San Marcos 9,30-37.
Comentario por David Quiroa
“El que recibe a uno de estos
pequeños en mi nombre, a Mí me recibe”
Cuando nos cae ese embarazo
inesperado y decimos “que sea lo que Dios quiera”, es a Dios a quien
recibimos.
Cuando tocan a la puerta y es un niño
el que pide pan –aunque ya tenga 40 años y sea mujer–, es a Él a quien
recibimos.
Cuando llegan los amigos de los hijos
a hacer bulla y asaltar el refrigerador, es Cristo el que nos visita.
Cuando pasa el mensajero a cobrar el
cheque, cuando llega el vendedor por enésima vez, cuando llaman y nos dicen el nombre completo, es Él disfrazado.
Exactamente como nosotros lo
recibimos, así nos recibirá Él.
El ejemplo de hoy, los mártires
de Corea: uno de los últimos lugares donde el cristianismo fue perseguido
oficialmente, dio a la Iglesia infinidad de mártires. Hoy día continúa la persecución
en otros países, pero no de manera oficial.
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Evangelio según San Marcos 9,30-37.
Al salir de allí atravesaron la
Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera, porque enseñaba y les decía: “El
Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres
días después de su muerte, resucitará”.
Pero los discípulos no comprendían
esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaún y, una vez que
estuvieron en la casa, les preguntó: “¿De qué hablaban en el camino?”.
Ellos callaban, porque habían estado
discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los
Doce y les dijo: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos
y el servidor de todos”.
Después, tomando a un niño, lo puso
en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: “El que recibe a uno de estos
pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que
recibe, sino a aquel que me ha enviado”.
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