Evangelio según San Lucas 9,18-22.
Comentario por David Quiroa
“El Hijo del hombre debe sufrir mucho”
A veces uno se pregunta “¿qué haría
Jesús?”. Y aunque las respuestas pueden ser variadas, una es segura: Jesús
sufriría.
Y nuestra reacción es inmediata: “¿Por
qué?” “¿Qué he hecho yo para merecer esto?”.
“¿Por qué Dios quiere que suframos?”
El sufrimiento no es inútil. El
sufrimiento es redentor. Cristo que no tenía ninguna culpa, sufrió
infinitamente por nuestros pecados. Nosotros, que sí tenemos culpa, sufrimos
por los nuestros y por los ajenos.
Sí. No solo por los nuestros, sino
también por los de otros. Sufrimos para que alguien más no sufra. Nos
sacrificamos para que alguien más no tenga que sacrificarse.
¿No podría Dios detener esto? Podría,
porque Él todo lo puede. Pero para hacerlo tendría que dejar de ser justo.
Porque todos estamos de acuerdo que el mal merece castigo. Dios no podría ser
menos justo que nosotros. En su infinita misericordia, permitió que Uno recibiera
el castigo por los demás.
También estamos de acuerdo en que “es
mejor que sufra yo y no esa persona que amo”.
O sea que Jesús sufre porque nos ama. Y nosotros sufrimos porque
amamos. No sufrimos porque un dios
vengativo ha decidido echarnos encima el fuego del infierno. Sufrimos porque
libremente decidimos amar y Dios ha aceptado el trato: “está bien, sufre tu
para que no sufra esa otra persona.”
Y así seguirá siendo hasta el fin de
nuestros días. Hasta el momento que Dios decida que ya es suficiente, cuando ya
no tengamos más fuerzas y digamos con Jesús “Padre, en tus manos encomiendo mi
Espíritu”.
El ejemplo de hoy, San Fermín
de Amiens: De su vida sólo queda como recuerdo una fiesta pagana, el encierro de
los toros en Pamplona del 7 de julio. La Iglesia, para separar el culto debido
al santo de la fiesta turística, dejó para hoy el día de San Fermín, de quien
no se sabe más que murió mártir.
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Evangelio según San Lucas 9,18-22.
Un día en que Jesús oraba a solas y
sus discípulos estaban con él, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?”.
Ellos le respondieron: “Unos dicen
que eres Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, alguno de los antiguos
profetas que ha resucitado”.
“Pero ustedes, les preguntó, ¿quién
dicen que soy yo?”.
Pedro, tomando la palabra, respondió:
“Tú eres el Mesías de Dios”.
Y él les ordenó terminantemente que
no lo dijeran a nadie.
“El Hijo del hombre, les dijo, debe sufrir
mucho, ser rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, ser
condenado a muerte y resucitar al tercer día”.
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