sábado, 1 de agosto de 2015

“Prometió bajo juramento” (Mt 14,1-12.)

Evangelio según San Mateo 14,1-12.   
Comentario por David Quiroa

“Prometió bajo juramento” 

Es una buena costumbre no jurar nada. Para una persona decente basta decir “sí” o “no” y nada más. Pero si vamos a jurar, y así está puesto incluso en la ley civil, nada nos obliga a hacer algo malo, aunque hayamos jurado por todas las Biblias del mundo hacerlo.

Anda gente por ahí preocupada porque le prometió algo al Diablo y cree que tiene que cumplirle. No, no es así. Prometer algo malo tiene tanta validez como no hacerlo. Ningún “te voy a romper la cara” nos obliga a nada porque es malo y no se debe hacer.

Una persona que piense hacer algo malo puede arrepentirse en cualquier momento, incluso mientras lo hace. Siempre hay marcha atrás. A Herodes no lo obligó su juramento sino su orgullo. A nosotros nada nos obliga. El mal solo puede evitarse, jamás hacerse.


El ejemplo de hoy, San Alfonso María Ligorio: Como muchos santos, luego de una larga vida de virtudes, se vio acosado por las tentaciones y la duda contra todos los artículos de fe. Soportó con paciencia esa humillación y no le restó ningún mérito para ser canonizado.

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Evangelio según San Mateo 14,1-12.   

En aquel tiempo, la fama de Jesús llegó a oídos del tetrarca Herodes, y él dijo a sus allegados: “Este es Juan el Bautista; ha resucitado de entre los muertos, y por eso se manifiestan en él poderes milagrosos”.

Herodes, en efecto, había hecho arrestar, encadenar y encarcelar a Juan, a causa de Herodías, la mujer de su hermano Felipe, porque Juan le decía: “No te es lícito tenerla”.

Herodes quería matarlo, pero tenía miedo del pueblo, que consideraba a Juan un profeta.

El día en que Herodes festejaba su cumpleaños, la hija de Herodías bailó en público, y le agradó tanto a Herodes que prometió bajo juramento darle lo que pidiera.

Instigada por su madre, ella dijo: “Tráeme aquí sobre una bandeja la cabeza de Juan el Bautista”.

El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en la cárcel.

Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y esta la presentó a su madre.


Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús.

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