Evangelio según San Mateo 14,22-36.
Comentario por David Quiroa
“¿Por qué dudaste?”
Hoy día la respuesta es muy fácil: “porque
esto que me pides es científicamente imposible”. Desde que la ciencia se impuso como forma de
razonar en este mundo, todos tenemos respuestas para no tener fe.
Pero en realidad, la ciencia no se
contradice con la fe, ambas funcionan en campos distintos. Científicamente un
hombre no puede caminar sobre el agua.
Pero con fe, si Dios así lo quiere, un hombre puede hacer cualquier
cosa.
Dios ha puesto ciertas reglas para el
funcionamiento del mundo –lo que llamamos ciencia–, pero eso no significa que
Él no pueda modificar esas reglas cuando así le conviene. Es cierto, la ciencia
dice que no que quiero hacer no es posible. Pero si Dios lo quiere, todo es
posible.
El ejemplo de hoy, San Juan María
Vianney: Un
estudiante mediocre, era tan mal sacerdote que lo mandaron al pueblo de Ars, un
pueblo sin esperanza, donde no importaba quién estuviera, no tenía remedio. Allí
el Santo Cura de Ars destacó contra todas las apuestas y hoy es ejemplo para
todos los sacerdotes.
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Evangelio según San Mateo 14,22-36.
En seguida, obligó a los discípulos
que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él
despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al
atardecer, todavía estaba allí, solo.
La barca ya estaba muy lejos de la
costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada,
Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.
Los discípulos, al verlo caminar
sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se
pusieron a gritar.
Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense,
soy yo; no teman”.
Entonces Pedro le respondió: “Señor,
si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”.
“Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro,
bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero,
al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor,
sálvame”.
En seguida, Jesús le tendió la mano y
lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.
En cuanto subieron a la barca, el
viento se calmó.
Los que estaban en ella se postraron
ante él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”.
Al llegar a la otra orilla, fueron a
Genesaret.
Cuando la gente del lugar lo
reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los
enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y
todos los que lo tocaron quedaron curados.
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