martes, 4 de agosto de 2015

“¿Por qué dudaste?” (Mt 14,22-36.)

Evangelio según San Mateo 14,22-36.     
Comentario por David Quiroa

“¿Por qué dudaste?” 

Hoy día la respuesta es muy fácil: “porque esto que me pides es científicamente imposible”.  Desde que la ciencia se impuso como forma de razonar en este mundo, todos tenemos respuestas para no tener fe.

Pero en realidad, la ciencia no se contradice con la fe, ambas funcionan en campos distintos. Científicamente un hombre no puede caminar sobre el agua.  Pero con fe, si Dios así lo quiere, un hombre puede hacer cualquier cosa.

Dios ha puesto ciertas reglas para el funcionamiento del mundo –lo que llamamos ciencia–, pero eso no significa que Él no pueda modificar esas reglas cuando así le conviene. Es cierto, la ciencia dice que no que quiero hacer no es posible. Pero si Dios lo quiere, todo es posible.


El ejemplo de hoy, San Juan María Vianney: Un estudiante mediocre, era tan mal sacerdote que lo mandaron al pueblo de Ars, un pueblo sin esperanza, donde no importaba quién estuviera, no tenía remedio. Allí el Santo Cura de Ars destacó contra todas las apuestas y hoy es ejemplo para todos los sacerdotes.
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Evangelio según San Mateo 14,22-36.

En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud. Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.

La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra. A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.

Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar.

Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense, soy yo; no teman”.

Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”.

“Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él. Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”.

En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”.

En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó.

Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”.

Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret.


Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados.

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