Evangelio según San Juan 20,1-2.11-18.
Comentario por David Quiroa
“Mujer, ¿Por qué lloras?”
¿Por qué lloramos? Generalmente porque las cosas no salieron
como esperábamos, para bien o para mal. El
niño llora cuando le quitan su carrito, la mamá llora cuando la niña hace su
primer recital. Los dos esperaban algo distinto y al verlo realizado de otra
manera, rompen a llorar.
Muchas veces lloramos al ver el
resultado de los planes de Dios, porque nunca son como esperábamos: son mucho
mejores. Magdalena esperaba ver el cadáver de Jesús y se lo encontró vivo, nosotros
pedimos dinero y nos encontramos con felicidad.
No hay que tener pena ni vergüenza
cuando se nos saltan las lágrimas al reconocer a Dios detrás de cada
circunstancia de la vida. Esas lágrimas nos acercan más a Él.
Hoy celebramos la memoria de Santa María
Magdalena: Magdalena, la
gran pecadora, fue premiada por Dios con ser la primera en ver a Cristo
Resucitado. No por haber sido muy buena, sino por haber amado mucho.
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Evangelio según San Juan 20,1-2.11-18.
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro,
María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba,
y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han
puesto”.
María se había quedado afuera, llorando junto al sepulcro.
Mientras lloraba, se asomó al sepulcro y vio a dos ángeles vestidos de
blanco, sentados uno a la cabecera y otro a los pies del lugar donde había sido
puesto el cuerpo de Jesús.
Ellos le dijeron: “Mujer, ¿por qué lloras?”.
María respondió: “Porque se han llevado a mi Señor y no sé dónde lo han
puesto”.
Al decir esto se dio vuelta y vio a Jesús, que estaba allí, pero no lo
reconoció.
Jesús le preguntó: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿A quién buscas?”.
Ella, pensando que era el cuidador de la huerta, le respondió: “Señor, si
tú lo has llevado, dime dónde lo has puesto y yo iré a buscarlo”.
Jesús le dijo: “¡María!”.
Ella lo reconoció y le dijo en hebreo: “¡Raboní!”, es decir “¡Maestro!”.
Jesús le dijo: “No me retengas, porque todavía no he subido al Padre. Ve a
decir a mis hermanos: ‘Subo a mi Padre, el Padre de ustedes; a mi Dios, el Dios
de ustedes’“.
María Magdalena fue a anunciar a los discípulos que había visto al Señor y
que él le había dicho esas palabras.
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