Evangelio según San Mateo 9,1-8.
Comentario por David Quiroa
“Jesús regresó a su ciudad”
Después de su aventura por Gadara –ver Evangelio
de ayer–, Jesús vuelve a su pueblo y allí entre la gente pacífica tampoco es bien
recibido. A la gente no le gusta cambiar, los violentos quieren seguir siendo
violentos y los pacíficos la pasan de lo mejor con paralíticos que con
trabajadores.
El ser humano tiene un rechazo
permanente hacia el bien y una inclinación natural al mal. Pero más peligrosa
aún es su tendencia a “dejarlo todo como está”.
Enfrentados a una mejor opción nos atemorizamos, pensamos que vamos a
perder todo y preferimos seguir mal con tal de no cambiar.
Por eso la Iglesia hace un llamado
permanente al cambio, a la conversión, a la renovación. No porque tengamos que estar cambiando
siempre, sino por nuestra tendencia a no querer cambiar. Si no nos dijeran todo
el tiempo que hay que cambiar, terminaríamos como los gadarenos y los galileos,
congelados en su propio pecado.
El ejemplo de hoy, San Bernardino Realino:
Magistrado
exitoso, abandona su carrera siendo ya mayor para hacerse religioso. Sufre con
paciencia las burlas de la gente y muestra tanta piedad en su propia ciudad que
antes de morir lo nombran patrón de la misma.
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Evangelio según San Mateo 9,1-8.
Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad.
Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la
fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: “Ten confianza, hijo, tus pecados
te son perdonados”.
Algunos escribas pensaron: “Este hombre blasfema”.
Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: “¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más
fácil decir: ‘Tus pecados te son perdonados’, o ‘Levántate y camina’? Para que
ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar
los pecados -dijo al paralítico- levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.
El se levantó y se fue a su casa.
Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber
dado semejante poder a los hombres.
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