sábado, 27 de junio de 2015

“Nadie en Israel con tanta fe” (Mt 8,5-17)

Evangelio según San Mateo 8,5-17.
Comentario por David Quiroa

“Nadie en Israel con tanta fe”

En aquéllos tiempos, Israel era el único pueblo que conocía la verdad sobre Dios. Hoy día, cada religión cree ser la única que conoce la verdad sobre Dios. Ante los israelitas de entonces y los religiosos de hoy, Jesús dice: “no he encontrado a nadie que tenga tanta fe”.

Claro que uno puede y de hecho debe estudiar todo lo posible para conocer sobre Dios. Pero la fe no es cuestión de conocimiento sino todo lo contrario: de creer en lo que no se puede ver. Con toda propiedad podemos decir que los católicos somos los que más sabemos de Dios, ya que llevamos dos mil años estudiándolo, pero ¿de qué sirve si no tenemos fe?

La fe no es cosa de estar suscrito a cierta religión. Es creer que eso que no vemos es cierto, tan cierto como cualquier otra cosa de nuestra vida cotidiana. Eso fue lo que Jesús premió en aquél centurión, sin entrar en su casa.


El ejemplo de hoy, san Cirilo de Alejandría: Gracias a él conservamos la fe en que María es “madre de Dios”. Siendo Jesús Dios y Hombre al mismo tiempo y María quien lo tuvo en su seno, ciertamente podemos decir que ella es Madre de Dios, aunque no entendamos cómo.

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Evangelio según San Mateo 8,5-17.

Al entrar en Cafarnaún, se le acercó un centurión, rogándole:

“Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente”.

Jesús le dijo: “Yo mismo iré a curarlo”.

Pero el centurión respondió: “Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: ‘Ve’, él va, y a otro: ‘Ven’, él viene; y cuando digo a mi sirviente: ‘Tienes que hacer esto’, él lo hace”.

Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos. En cambio, los herederos del Reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar de dientes”.

Y Jesús dijo al centurión: “Ve, y que suceda como has creído”. Y el sirviente se curó en ese mismo momento.

Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre. Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo.


Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades.

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