Evangelio según San Marcos 5,21-43.
Comentario por David Quiroa
“Dijo que le dieran de comer” (Mt 5,21-43.)
Jesús acaba de curar una enfermedad
crónica y resucitar a una niña y lo único que pide es que le den de comer. Allí
está la respuesta a la pregunta que a veces nos hacemos “¿cómo pagarle a Dios
por los favores recibidos?” Él sólo pide que le den de comer.
Como lamentablemente ya no tenemos a
Jesús en carne humana entre nosotros, Él se encargó de mandarnos una multitud
de pobres hambrientos en su lugar, para que les demos de comer.
Usted no se imagina cómo le cambia la
vida a uno, cuando tiene necesidad y alguien le da un plato de comida. Comer es
vivir, es tener esperanza, es aguantar un día más. El dinero y la ropa sirven y
se agradecen. Pero cuando alguien comparte su plato de comida con un pobre está
haciendo un milagro más grande de lo que puede imaginarse. Y se lo está dando a
Jesús.
El ejemplo de hoy, san Irineo de Lyon: Irineo significa “pacífico” y así fue el santo.
Con tanta paciencia combatía las herejías, que los que en su tiempo eran
enemigos de la Iglesia fueron desapareciendo sin derramar ni una gota de
sangre.
------------
Evangelio según San Marcos 5,21-43.
Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se
reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.
Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo,
se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi hijita se está muriendo;
ven a imponerle las manos, para que se cure y viva”.
Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos
lados. Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de
hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos
sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor. Como había oído
hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque
pensaba: “Con sólo tocar su manto quedaré curada”.
Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba
curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio
vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: “¿Quién tocó mi manto?”.
Sus discípulos le dijeron: “¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y
preguntas quién te ha tocado?”.
Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le
había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de
tu enfermedad”.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe
de la sinagoga y le dijeron: “Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir
molestando al Maestro?”.
Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga:
“No temas, basta que creas”.
Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el
hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran
alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
Al entrar, les dijo: “¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está
muerta, sino que duerme”.
Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al
padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella
estaba.
La tomó de la mano y le dijo: “Talitá kum”, que significa: “¡Niña, yo te lo
ordeno, levántate”.
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar.
Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que
nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario