miércoles, 24 de junio de 2015

“Isabel dio a luz un hijo” (Lc 1,57-66.80)

Evangelio según San Lucas 1,57-66.80.  
Comentario por David Quiroa

“Isabel dio a luz un hijo” 

El nacimiento de Juan representa el triunfo de la esperanza sobre la experiencia.  Zacarías e Isabel eran unos ancianos viviendo en la mayor de las desgracias: no tenían hijos. Eran buenos y fieles, pero ante los ojos del mundo, algo malo tenían porque no tenían hijos.  No podemos ni siquiera imaginarnos las barbaridades que diría la gente de ellos.

Pero qué si contra todos los pronósticos, Isabel queda embarazada y nada menos que del primo de Jesús. Como hoy en día tener hijos se considera una desgracia, imaginemos que les heredaron una empresa transnacional: así de grande fue el milagro del nacimiento de Juan.

Esto nos enseña a no perder la esperanza.  Aquello era imposible y ocurrió. Y más allá de los sueños de todos. Las desgracias que nos azotan no son el final, es Dios quien tiene la última palabra.


Hoy celebramos la natividad de San Juan Bautista: exactamente a mitad de año, seis meses antes del nacimiento de Jesús, porque en el evangelio se lee que Isabel iba en su sexto mes, cuando Jesús fue concebido (Lc 1,26), es decir que tenía exactamente seis meses más de edad que el Señor.
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Evangelio según San Lucas 1,57-66.80.

Cuando llegó el tiempo en que Isabel debía ser madre, dio a luz un hijo.

Al enterarse sus vecinos y parientes de la gran misericordia con que Dios la había tratado, se alegraban con ella.

A los ocho días, se reunieron para circuncidar al niño, y querían llamarlo Zacarías, como su padre; pero la madre dijo: “No, debe llamarse Juan”.

Ellos le decían: “No hay nadie en tu familia que lleve ese nombre”.

Entonces preguntaron por señas al padre qué nombre quería que le pusieran.

Este pidió una pizarra y escribió: “Su nombre es Juan”. Todos quedaron admirados.

Y en ese mismo momento, Zacarías recuperó el habla y comenzó a alabar a Dios.

Este acontecimiento produjo una gran impresión entre la gente de los alrededores, y se lo comentaba en toda la región montañosa de Judea.

Todos los que se enteraron guardaban este recuerdo en su corazón y se decían: “¿Qué llegará a ser este niño?”. Porque la mano del Señor estaba con él.


El niño iba creciendo y se fortalecía en su espíritu; y vivió en lugares desiertos hasta el día en que se manifestó a Israel.

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