Evangelio según San Juan 12,1-11.
Comentario por David Quiroa
“¿Por
qué no se vendió este perfume?”
Estamos frente a uno de los pasajes que
más controversia generan en el mundo. ¿Es lícito darse ciertos lujos? ¿No
debería todo venderse para darles el dinero a los pobres?
Sin afán de zanjar el asunto, podemos
observar algunos detalles: primero, que el perfume estaba destinado al Señor “para
el día de su sepultura”. La hermana de Lázaro, que ya había visto resucitar a
su hermano, entendía que Jesús no iba a morir para siempre ¿para qué reservar
el perfume? Segundo, que Jesús no recibió el perfume como muestra de orgullo ni
vanidad, sino con humildad, aceptando ser servido.
Y tercero, quizás más importante: el
perfume fue entregado como ofrenda. Quizás
era lo más valioso que tenía y lo entregó a un amigo pobre que no podía darle
más de lo que ya le había dado.
No es el lujo lo que Dios condena, sino
la vanagloria, el orgullo, el rendirse al dinero como amo y no como herramienta
de servicio. Nada de eso vemos aquí.
El ejemplo de hoy, San Valeriano: Convertido
por amor a su esposa, convierte a su hermano e incluso intenta convertir a sus
verdugos, quienes lo martirizaron por no renunciar a su fe.
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Evangelio según San Juan 12,1-11.
Seis días antes de la Pascua, Jesús
volvió a Betania, donde estaba Lázaro, al que había resucitado.
Allí le prepararon una cena: Marta
servía y Lázaro era uno de los comensales.
María, tomando una libra de perfume de
nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus
cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume.
Judas Iscariote, uno de sus discípulos,
el que lo iba a entregar, dijo: "¿Por qué no se vendió este perfume en
trescientos denarios para dárselos a los pobres?".
Dijo esto, no porque se interesaba por
los pobres, sino porque era ladrón y, como estaba encargado de la bolsa común, robaba
lo que se ponía en ella.
Jesús le respondió: "Déjala. Ella
tenía reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los
tienen siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre".
Entre tanto, una gran multitud de
judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo por Jesús, sino
también para ver a Lázaro, al que había resucitado.
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