martes, 5 de febrero de 2013


Evangelio según San Marcos 5,21-43
Comentario por: David Quiroa

“La mujer asustada y el jefe de la sinagoga” 

Hoy Jesús nos presenta dos maneras de acercarse a Él.  Una, el jefe de la sinagoga que va a pedir que el Señor llegue a su casa, y la otra una mujer  temerosa que apenas se atreve a tocar su manto al pasar.

A ambos el Señor les hace el milagro pedido, porque creyeron hasta el final. La mujer a pesar de multitud que se apretujaba, el jefe a pesar de las burlas de la misma chusma.  Entre ambos no existe ningún parecido excepto la fe.

Hoy Dios nos dice “sigan creyendo, a pesar de todo”. Dios es capaz de vencer hasta la muerte, así que hay que seguir creyendo, aún después de la muerte.

El ejemplo de hoy: San Felipe de Jesús. De niño era tan travieso que su nana aseguraba que jamás sería santo. De adulto descubrió su vocación y murió mártir por predicar la palabra de Dios.
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Evangelio según San Marcos 5,1-20

Cuando Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su alrededor, y él se quedó junto al mar.

Entonces llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a sus pies, rogándole con insistencia: “Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle las manos, para que se cure y viva”.

Jesús fue con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.

Se encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias.  Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez  estaba peor. 

Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: “Con sólo tocar su manto quedaré curada”.

Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal. 

Jesús se dio cuenta en seguida que una fuerza había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: “¿Quién tocó mi manto?”.

Sus discípulos le dijeron: “¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?”.  Pero él seguía mirando alrededor, para ver quién había sido.

Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a sus pies y le confesó la verdad.

Jesús le dijo: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad”.

Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas  personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: “Tu hija ya murió: ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?”.

Pero Jesús sin tener en cuenta esas palabras, dijo al  jefe de la sinagoga: “No temas, basta que creas”.

Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.

Al entrar, les dijo: “¿Por qué se alborotan y lloran? La  niña no está muerta, sino que duerme”.

Y se burlaban de él.  Pero Jesús hizo salir a todos y, tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.  La tomó de la mano y le dijo: “Talitá kum”, que significa: “¡Niña, yo te lo ordeno, levántate”.

En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar.  Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.

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