Evangelio
según San Marcos 5,21-43
Comentario por: David Quiroa
“La mujer
asustada y el jefe de la sinagoga”
Hoy Jesús
nos presenta dos maneras de acercarse a Él.
Una, el jefe de la sinagoga que va a pedir que el Señor llegue a su
casa, y la otra una mujer temerosa que
apenas se atreve a tocar su manto al pasar.
A ambos el
Señor les hace el milagro pedido, porque creyeron hasta el final. La mujer a
pesar de multitud que se apretujaba, el jefe a pesar de las burlas de la misma
chusma. Entre ambos no existe ningún
parecido excepto la fe.
Hoy Dios
nos dice “sigan creyendo, a pesar de todo”. Dios es capaz de vencer hasta la
muerte, así que hay que seguir creyendo, aún después de la muerte.
El ejemplo
de hoy: San Felipe de Jesús. De
niño era tan travieso que su nana aseguraba que jamás sería santo. De adulto
descubrió su vocación y murió mártir por predicar la palabra de Dios.
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Evangelio
según San Marcos 5,1-20
Cuando
Jesús regresó en la barca a la otra orilla, una gran multitud se reunió a su
alrededor, y él se quedó junto al mar.
Entonces
llegó uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y al verlo, se arrojó a
sus pies, rogándole con insistencia: “Mi hijita se está muriendo; ven a imponerle
las manos, para que se cure y viva”.
Jesús fue
con él y lo seguía una gran multitud que lo apretaba por todos lados.
Se
encontraba allí una mujer que desde hacía doce años padecía de hemorragias. Había sufrido mucho en manos de numerosos
médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.
Como había
oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su
manto, porque pensaba: “Con sólo tocar su manto quedaré curada”.
Inmediatamente
cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su
mal.
Jesús se
dio cuenta en seguida que una fuerza había salido de él, se dio vuelta y,
dirigiéndose a la multitud, preguntó: “¿Quién tocó mi manto?”.
Sus
discípulos le dijeron: “¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y
preguntas quién te ha tocado?”. Pero él
seguía mirando alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la
mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido,
fue a arrojarse a sus pies y le confesó la verdad.
Jesús le
dijo: “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad”.
Todavía
estaba hablando, cuando llegaron unas personas
de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: “Tu hija ya murió: ¿para qué
vas a seguir molestando al Maestro?”.
Pero Jesús
sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: “No temas, basta que
creas”.
Y sin
permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de
Santiago, fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y
gente que lloraba y gritaba.
Al entrar,
les dijo: “¿Por qué se alborotan y lloran? La
niña no está muerta, sino que duerme”.
Y se
burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a
todos y, tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían
con él, entró donde ella estaba. La tomó
de la mano y le dijo: “Talitá kum”, que significa: “¡Niña, yo te lo ordeno,
levántate”.
En seguida
la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él
les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo
que le dieran de comer.
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