lunes, 4 de febrero de 2013


Evangelio según San Marcos 5,1-0
Comentario por: David Quiroa

“Jesús no se lo permitió” 

No todos estamos llamados a seguir a Jesús como apóstoles, predicadores o sacerdotes. Aquél hombre, liberado de una legión de demonios, tenía muchas buenas razones para seguir al Señor como discípulo, pero Él tenía otros planes,  y lo manda a su casa, con su familia.

Dios siempre nos ofrece opciones buenas.  A veces nosotros creemos que debemos elegir una “por obligación”, pero en realidad, Dios nos deja escoger entre varias, todas buenas.

No nos sintamos tristes si parece que Dios nos rechaza. Al contrario: si podemos hacer el bien desde donde estamos, eso es agradable al Señor, no importa si no es lo que creíamos que debíamos hacer.

El ejemplo de hoy: San Rabano Mauro. Estudioso de las escrituras y el Magisterio desde muy joven, supo durante toda su vida conjugar el servicio a los demás con el estudio y la contemplación.
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Evangelio según San Marcos 5,1-20

Llegaron a la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos.  Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro.

El habitaba en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas.  Muchas veces lo habían atado con grillos y cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía dominarlo. Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña,  dando alaridos e hiriéndose con piedras.

Al ver de lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, gritando con fuerza: “¿Qué quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me atormentes!”.

Porque Jesús le había dicho: “¡Sal de este hombre, espíritu impuro!”

Después le preguntó: “¿Cuál es tu nombre?”. El respondió: “Mi nombre es Legión, porque somos muchos”. Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de  aquélla región. 

Había allí una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus impuros suplicaron a Jesús: “Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos”.

El se lo permitió.  Entonces los espíritus impuros salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se ahogó.

Los cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados.  La gente fue a ver qué había sucedido.

Cuando llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al que había estado poseído por aquélla Legión, y se llenaron de temor.

Los testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con los cerdos.  Entonces empezaron a pedir a Jesús que se alejara de su  territorio. 

En el momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo dejara quedarse  con él.  Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: “Vete a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el  Señor hizo contigo al compadecerse de ti”.

El hombre se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había hecho por él, y todos quedaban admirados.

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