Evangelio
según San Marcos 5,1-0
Comentario por: David Quiroa
“Jesús no
se lo permitió”
No todos estamos
llamados a seguir a Jesús como apóstoles, predicadores o sacerdotes. Aquél
hombre, liberado de una legión de demonios, tenía muchas buenas razones para
seguir al Señor como discípulo, pero Él tenía otros planes, y lo manda a su casa, con su familia.
Dios siempre
nos ofrece opciones buenas. A veces
nosotros creemos que debemos elegir una “por obligación”, pero en realidad,
Dios nos deja escoger entre varias, todas buenas.
No nos
sintamos tristes si parece que Dios nos rechaza. Al contrario: si podemos hacer
el bien desde donde estamos, eso es agradable al Señor, no importa si no es lo
que creíamos que debíamos hacer.
El ejemplo
de hoy: San Rabano Mauro.
Estudioso de las escrituras y el Magisterio desde muy joven, supo durante toda
su vida conjugar el servicio a los demás con el estudio y la contemplación.
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Evangelio
según San Marcos 5,1-20
Llegaron a
la otra orilla del mar, a la región de los gerasenos. Apenas Jesús desembarcó, le salió al encuentro
desde el cementerio un hombre poseído por un espíritu impuro.
El habitaba
en los sepulcros, y nadie podía sujetarlo, ni siquiera con cadenas. Muchas veces lo habían atado con grillos y
cadenas, pero él había roto las cadenas y destrozado los grillos, y nadie podía
dominarlo. Día y noche, vagaba entre los sepulcros y por la montaña, dando alaridos e hiriéndose con piedras.
Al ver de
lejos a Jesús, vino corriendo a postrarse ante él, gritando con fuerza: “¿Qué
quieres de mí, Jesús, Hijo de Dios, el Altísimo? ¡Te conjuro por Dios, no me
atormentes!”.
Porque
Jesús le había dicho: “¡Sal de este hombre, espíritu impuro!”
Después le
preguntó: “¿Cuál es tu nombre?”. El respondió: “Mi nombre es Legión, porque
somos muchos”. Y le rogaba con insistencia que no lo expulsara de aquélla región.
Había allí
una gran piara de cerdos que estaba paciendo en la montaña. Los espíritus
impuros suplicaron a Jesús: “Envíanos a los cerdos, para que entremos en ellos”.
El se lo
permitió. Entonces los espíritus impuros
salieron de aquel hombre, entraron en los cerdos, y desde lo alto del
acantilado, toda la piara -unos dos mil animales- se precipitó al mar y se
ahogó.
Los
cuidadores huyeron y difundieron la noticia en la ciudad y en los poblados. La gente fue a ver qué había sucedido.
Cuando
llegaron adonde estaba Jesús, vieron sentado, vestido y en su sano juicio, al
que había estado poseído por aquélla Legión, y se llenaron de temor.
Los
testigos del hecho les contaron lo que había sucedido con el endemoniado y con
los cerdos. Entonces empezaron a pedir a
Jesús que se alejara de su territorio.
En el
momento de embarcarse, el hombre que había estado endemoniado le pidió que lo
dejara quedarse con él. Jesús no se lo permitió, sino que le dijo: “Vete
a tu casa con tu familia, y anúnciales todo lo que el Señor hizo contigo al compadecerse de ti”.
El hombre
se fue y comenzó a proclamar por la región de la Decápolis lo que Jesús había
hecho por él, y todos quedaban admirados.
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