Evangelio
según San Marcos 1,40-45
Comentario por: David Quiroa
“Extendió
la mano y lo tocó”
Dentro de
las costumbres judías, tocar a un leproso era de las peores cosas que se podían
hacer. Una persona que tocaba a un leproso automáticamente quedaba “impura” y
tenía limitada su participación en la vida pública y religiosa del pueblo (Lv
7,21.13,45-46).
Y Jesús se
atreve, sin pena ni asco, a tocar a un leproso para curarlo.
Lo mismo
ocurre con nuestros peores pecados. Eso que a nosotros mismos nos parece
desagradable, que no queremos que nadie se entere, que nos hace sentirnos mal,
Jesús lo toma en sus manos y lo cura. Sólo pide que cumplamos lo prescrito por
la ley y la Iglesia, para que sirva de testimonio.
Aún hoy,
los milagros siguen ocurriendo.
El ejemplo
de hoy: San Antonio de Egipto,
padre de la vida monástica. Fue gracias a su ejemplo que se iniciaron los
monasterios en el mundo.
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Evangelio
según San Marcos 1,40-45
Entonces se
le acercó un leproso para pedirle ayuda y, cayendo de rodillas, le dijo: “Si
quieres, puedes purificarme”.
Jesús,
conmovido, extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Lo quiero, queda purificado”. En seguida la
lepra desapareció y quedó purificado.
Jesús lo
despidió, advirtiéndole severamente: “No le digas nada a nadie, pero ve a
presentarte al sacerdote y entrega por tu purificación la ofrenda que ordenó
Moisés, para que les sirva de testimonio”.
Sin
embargo, apenas se fue, empezó a proclamarlo a todo el mundo, divulgando lo
sucedido, de tal manera que Jesús ya no podía entrar públicamente en ninguna
ciudad, sino que debía quedarse afuera, en lugares desiertos. Y acudían a él de todas partes.
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