miércoles, 21 de noviembre de 2012


Evangelio según San Lucas 19,11-28.
Comentario por: David Quiroa

“No queremos que este sea nuestro rey” 

Entre la emoción del relato de las monedas, se nos escapan dos breves frases de este Evangelio: los conciudadanos que no quieren que el Señor sea el Rey, y su triste destino final.

La pregunta para nosotros, ahora que se acerca la fiesta de Cristo Rey, es ¿queremos que Él sea nuestro rey? Muchos dirán que sí sin pensarlo, pero ya en serio, ¿estamos dispuestos?

Las normas del Señor ya están puestas, podemos empezar a cumplirlas hoy mismo. No hace falta esperar a que venga con gran gloria para entonces “votar” por Él.  ¿De verdad queremos? Al que diga que no, ya sabe lo que le espera.

El ejemplo de hoy: La Presentación de la Santísima Virgen. Consagrada al Señor desde la más tierna edad, María es el modelo ideal para todos, fieles a nuestro destino, haciendo la voluntad de Dios.

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Evangelio según San Lucas 19,11-28.

Como la gente seguía escuchando, añadió una parábola, porque estaba cerca de Jerusalén y ellos pensaban que el Reino de Dios iba a aparecer de un momento a otro.

El les dijo: “Un hombre de familia noble fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar en seguida. Llamó a diez de sus servidores y les entregó cien monedas de plata a cada uno, diciéndoles: ‘Háganlas producir hasta que yo vuelva’.

Pero sus conciudadanos lo odiaban y enviaron detrás de él una embajada encargada de decir: ‘No queremos que este sea nuestro rey’.

Al regresar, investido de la dignidad real, hizo llamar a los servidores a quienes había dado el dinero, para saber lo que había ganado cada uno.
El primero se presentó y le dijo: ‘Señor, tus cien monedas de plata han producido diez veces más’. ‘Está bien, buen servidor, le respondió, ya que has sido fiel en tan poca cosa, recibe el gobierno de diez ciudades’.

Llegó el segundo y le dijo: ‘Señor, tus cien monedas de plata han producido cinco veces más’. A él también le dijo: ‘Tú estarás al frente de cinco ciudades’. Llegó el otro y le dijo: ‘Señor, aquí tienes tus cien monedas de plata, que guardé envueltas en un pañuelo. Porque tuve miedo de ti, que eres un hombre exigente, que quieres percibir lo que no has depositado y cosechar lo que no has sembrado’.

El le respondió: ‘Yo te juzgo por tus propias palabras, mal servidor. Si sabías que soy un hombre exigente, que quiero percibir lo que no deposité y cosechar lo que no sembré, ¿por qué no entregaste mi dinero en préstamo? A mi regreso yo lo hubiera recuperado con intereses’.

Y dijo a los que estaban allí: ‘Quítenle las cien monedas y dénselas al que tiene diez veces más’. ‘¡Pero, señor, le respondieron, ya tiene mil!’. Les aseguro que al que tiene, se le dará; pero al que no tiene, se le quitará aún lo que tiene.

En cuanto a mis enemigos, que no me han querido por rey, tráiganlos aquí y mátenlos en mi presencia”.

Después de haber dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo a Jerusalén.

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