lunes, 8 de octubre de 2012


Evangelio según San Lucas 10,25-37. 
Comentario por: David Quiroa

“¿Quién es mi prójimo?”
                                                                                              
Por instinto natural, las personas nos asociamos con la gente que más se nos parece, con los que vivimos cerca.  Y eso no tiene nada de malo.

Pero para alcanzar la vida eterna, es necesario ir más allá de nuestro círculo de amigos, y estar dispuestos a amar a los desconocidos y a los enemigos.  

No es fácil, pero tampoco es imposible. Hay que empezar dejando de desearle el mal a nuestros competidores, al vecino ruidoso y al que va adelante en el tráfico. Cuando dejemos de odiar gratuitamente a todos los que nos “caen mal”, nos daremos cuenta que no tenemos enemigos y amar a todos será mucho más fácil.

El ejemplo de hoy: Santa Tais.  Pecadora pública que se arrepintió, quemó todos sus bienes malhabidos y pasó el resto de su vida haciendo penitencia.

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Evangelio según San Lucas 10,25-37. 

Y entonces, un doctor de la Ley se levantó y le preguntó para ponerlo a prueba: “Maestro, ¿qué tengo que hacer para heredar la Vida eterna?”.

Jesús le preguntó a su vez: “¿Qué está escrito en la Ley? ¿Qué lees en ella?”.

El le respondió: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con todo tu espíritu, y a tu prójimo como a ti mismo”.

“Has respondido exactamente, le dijo Jesús; obra así y alcanzarás la vida”.

Pero el doctor de la Ley, para justificar su intervención, le hizo esta pregunta: “¿Y quién es mi prójimo?”.

Jesús volvió a tomar la palabra y le respondió: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de unos ladrones, que lo despojaron de todo, lo hirieron y se fueron, dejándolo medio muerto. Casualmente bajaba por el mismo camino un sacerdote: lo vio y siguió de largo. También pasó por allí un levita: lo vio y siguió su camino.

Pero un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y se conmovió. Entonces se acercó y vendó sus heridas, cubriéndolas con aceite y vino; después lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y se encargó de cuidarlo. Al día siguiente, sacó dos denarios y se los dio al dueño del albergue, diciéndole: ‘Cuídalo, y lo que gastes de más, te lo pagaré al volver’.

¿Cuál de los tres te parece que se portó como prójimo del hombre asaltado por los ladrones?”.

“El que tuvo compasión de él”, le respondió el doctor.

Y Jesús le dijo: “Ve, y procede tú de la misma manera”. 

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