Evangelio
según San Lucas 7,36-50.
Comentario por: David Quiroa
“Como no tenían con qué pagar
perdonó a ambos la deuda”
No hay nadie sobre esta tierra, ni el
Papa, ni los santos, ni la más buena de las personas, que tenga suficiente
para pagar por sus pecados, pocos o muchos.
Por eso, todos tenemos necesidad del
perdón. Algunos en mayor medida que otros, pero todos lo necesitamos.
Cuando uno se cree bueno, como el
fariseo, deja de arrodillarse frente a Dios para pedir perdón y se llena
de soberbia, como Satanás. Cuando uno se da cuenta de su miseria, llora
como la pecadora y se humilla como el mayor de los santos.
No es bueno pecar: es bueno darse
cuenta que necesitamos el perdón de Dios.
El ejemplo de hoy: San Eustaquio. Como soldado romano recibe la iluminación
divina y muere como mártir a mano de los mismos romanos.
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Evangelio según San Lucas 7,36-50.
Un fariseo invitó a Jesús a comer
con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer
pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en
casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose
detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus
lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con
perfume.
Al ver esto, el fariseo que lo
había invitado pensó: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer
que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!”.
Pero Jesús le dijo: “Simón, tengo
algo que decirte”. “Di, Maestro!”, respondió él.
“Un prestamista tenía dos
deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no
tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?”.
Simón contestó: “Pienso que aquel
a quien perdonó más”. Jesús le dijo: “Has juzgado bien”. Y volviéndose
hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no
derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los
secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré,
no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume
sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le
han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le
perdona poco, demuestra poco amor”.
Después dijo a la mujer: “Tus
pecados te son perdonados”.
Los invitados pensaron: “¿Quién es
este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?”. Pero Jesús dijo a la
mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.
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