jueves, 20 de septiembre de 2012


Evangelio según San Lucas 7,36-50. 
Comentario por: David Quiroa

“Como no tenían con qué pagar
perdonó a ambos la deuda” 
                                                                                            
No hay nadie sobre esta tierra, ni el Papa, ni los santos, ni la más buena de las personas, que tenga suficiente para pagar por sus pecados, pocos o muchos.

Por eso, todos tenemos necesidad del perdón. Algunos en mayor medida que otros, pero  todos lo necesitamos.  

Cuando uno se cree bueno, como el fariseo, deja de arrodillarse frente a Dios para pedir perdón y se llena de soberbia, como Satanás.  Cuando uno se da cuenta de su miseria, llora como la pecadora y se humilla como el mayor de los santos.

No es bueno pecar:  es bueno darse cuenta que necesitamos el perdón de Dios.

El ejemplo de hoy: San Eustaquio. Como soldado romano recibe la iluminación divina y muere como mártir a mano de los mismos romanos.

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Evangelio según San Lucas 7,36-50. 

Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa. Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume. Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume. 
Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!”.

Pero Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. “Di, Maestro!”, respondió él.

“Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?”.

Simón contestó: “Pienso que aquel a quien perdonó más”. Jesús le dijo: “Has juzgado bien”. Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor”.

Después dijo a la mujer: “Tus pecados te son perdonados”. 
Los invitados pensaron: “¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?”. Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”. 

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