Evangelio
según San Lucas 7,1-10.
Comentario por: David Quiroa
“El merece que le hagas este favor” (Lc 7,1-10.)
Conocemos bien la historia del centurión que
manda pedir a Jesús que curen a su siervo, pero quizás no nos hemos
fijado en el antecedente: Aquél
era un hombre bueno, que amaba al pueblo. Y se preocupaba
por la salud de su siervo, cosa que no era muy común en aquéllos días, ni
tampoco en éstos.
Jesús accede a realizar el milagro por
la fe del centurión, pero no solo por lo que él dijo, sino por las obras que
había hecho sin esperar ninguna recompensa.
Al ir a pedirle a Dios un milagro para
nosotros, pensemos: ¿Cómo hemos
demostrado ANTES que merecemos ese favor? ¿Cuál ha sido nuestra vida, nuestra
generosidad para con otros? ¿De verdad tenemos fe, o solo la sacamos a
pasear cuando necesitamos ayuda?
El ejemplo de hoy: San Roberto Belarmino. Hombre de gran sabiduría, supo
resumir las enseñanzas de la Iglesia en un catecismo de fácil
lectura para todos.
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Evangelio según San Lucas 7,1-10.
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún. Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho. Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor. Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: “El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga”.
Jesús fue con ellos, y cuando ya
estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: “Señor,
no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no
me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y
mi sirviente se sanará. Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno,
pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: ‘Ve’, él va; y a otro: ‘Ven’,
él viene; y cuando digo a mi sirviente: ‘¡Tienes que hacer esto!’, él lo hace”.
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la
multitud que lo seguía, dijo: “Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he
encontrado tanta fe”. Cuando los enviados regresaron a la casa,
encontraron al sirviente completamente sano.
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