lunes, 17 de septiembre de 2012


Evangelio según San Lucas 7,1-10. 
Comentario por: David Quiroa

“El merece que le hagas este favor” (Lc 7,1-10.)
                                                                                            
Conocemos bien la historia del centurión que manda pedir a Jesús que curen a su siervo, pero quizás no nos hemos fijado  en el antecedente:  Aquél era  un hombre bueno, que amaba al pueblo.  Y se preocupaba por la salud de su  siervo, cosa que no era muy común en aquéllos días, ni tampoco en éstos.

Jesús accede a realizar el milagro por la fe del centurión, pero no solo por lo que él dijo, sino por las obras que había hecho sin esperar ninguna recompensa.  

Al ir a pedirle a Dios un milagro para nosotros, pensemos:  ¿Cómo hemos demostrado ANTES que merecemos ese favor?  ¿Cuál ha sido nuestra vida, nuestra generosidad para con otros?  ¿De verdad tenemos fe, o solo la sacamos a pasear cuando necesitamos ayuda?

El ejemplo de hoy: San Roberto Belarmino. Hombre de gran sabiduría, supo resumir las  enseñanzas de la Iglesia en un catecismo de fácil lectura  para todos.

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Evangelio según San Lucas 7,1-10. 

Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaún.  Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho.  Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.  Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: “El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga”.

Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: “Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa;  por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.  Porque yo -que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes- cuando digo a uno: ‘Ve’, él va; y a otro: ‘Ven’, él viene; y cuando digo a mi sirviente: ‘¡Tienes que hacer esto!’, él lo hace”. 
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguía, dijo: “Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe”. Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.

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