domingo, 23 de septiembre de 2012


Evangelio según San Marcos 9,30-37. 
Comentario por: David Quiroa

“El que recibe a uno de estos pequeños
en mi Nombre, me recibe a mí” (Mc 9,30-37.)
                                                                                            
Desde hace un tiempo, los niños se han vuelto un estorbo. Quitan tiempo, roban espacio,  salen caros, es sobrepoblación mundial.

No es nada raro que Dios también se haya vuelto un estorbo. Quita tiempo, está de más, los religiosos son unos mantenidos.  

¿Qué pensará Dios de nosotros cada vez que le decimos que no queremos recibirlo? ¿Cómo recibirá nuestras oraciones si con palabras y hechos lo rechazamos?  ¿Qué pasaría si Él dijera “yo no quiero tener hijos, quiero disfrutar mi vida”?

El ejemplo de hoy: San Pío de Pietrelcina. Vivió con fama de santidad, pero siempre obediente a las órdenes de sus superiores que por años le prohibieron aparecer en público.

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Evangelio según San Marcos 9,30-37. 


Al salir de allí atravesaron la Galilea; Jesús no quería que nadie lo supiera,
porque enseñaba y les decía: “El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres; lo matarán y tres días después de su muerte, resucitará”.
Pero los discípulos no comprendían esto y temían hacerle preguntas.
Llegaron a Cafarnaún y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: “¿De qué hablaban en el camino?”.
Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: “El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos”.
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: “El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado”.

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