martes, 7 de agosto de 2012


Evangelio según San Mateo 14,22-36.

Comentario por: David Quiroa

Al verlo caminar sobre el mar, se asustaron

Los amigos de Jesús lo habían visto hacer grandes maravillas y aún así se asustan al verlo hacer algo relativamente sencillo.

Igual somos nosotros.  Conocemos el poder de Dios, hemos leído sobre él, quizás hasta hemos sido testigos de un par de milagros,  pero nos seguimos espantando hasta de nuestra sombra.  ¿Por qué?  Jesús responde: “Poca fe”.

Nuestra fe es tan débil, que cualquier viento la derrumba.  No busquemos creer en multitudes curadas por sólo tocar el manto del Señor. Aprendamos a creer en los pequeños milagros de cada día y algún día podremos caminar sobre el agua.

El ejemplo de hoy: San Cayetano. Vivió en época de la Reforma Luterana, cuando muchos atacaban a la Iglesia y decía: “Lo primero que hay que hacer para  reformar a la Iglesia es reformarse uno a sí mismo”

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Evangelio según San Mateo 14,22-36.

En seguida, obligó a los discípulos que subieran a la barca y pasaran antes que él a la otra orilla, mientras él despedía a la multitud.  Después, subió a la montaña para orar a solas. Y al atardecer, todavía estaba allí, solo.

La barca ya estaba muy lejos de la costa, sacudida por las olas, porque tenían viento en contra.  A la madrugada, Jesús fue hacia ellos, caminando sobre el mar.

Los discípulos, al verlo caminar sobre el mar, se asustaron. “Es un fantasma”, dijeron, y llenos de temor se pusieron a gritar. Pero Jesús les dijo: “Tranquilícense, soy yo; no teman”.

Entonces Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir a tu encuentro sobre el agua”.  “Ven”, le dijo Jesús. Y Pedro, bajando de la barca, comenzó a caminar sobre el agua en dirección a él.  Pero, al ver la violencia del viento, tuvo miedo, y como empezaba a hundirse, gritó: “Señor, sálvame”.

En seguida, Jesús le tendió la mano y lo sostuvo, mientras le decía: “Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?”. En cuanto subieron a la barca, el viento se calmó. Los que estaban en ella se postraron ante él, diciendo: “Verdaderamente, tú eres el Hijo de Dios”. 
Al llegar a la otra orilla, fueron a Genesaret. Cuando la gente del lugar lo reconoció, difundió la noticia por los alrededores, y le llevaban a todos los enfermos, rogándole que los dejara tocar tan sólo los flecos de su manto, y todos los que lo tocaron quedaron curados. 

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