Evangelio según San Lucas 7,11-17.
Comentario por David Quiroa
“Llevaban a enterrar al hijo único de
una viuda”
No es natural que un padre entierre a
sus hijos y por eso entendemos el dolor de una madre al ver muerto al hijo de
sus entrañas. Tanto más si el hijo ha
sido falsamente acusado, ilegalmente juzgado y violentamente condenado.
El Señor se compadece del sufrimiento
de aquélla viuda que se encuentra en el camino, pero no le ahorra ningún dolor
a Su propia madre. Porque el dolor es parte de la santificación de la
vida.
Dios no ha querido que vivamos
anestesiados, ajenos a las penas de la vida terrenal. Quiere que conozcamos el
sufrimiento, para que seamos solidarios con otros que sufren.
Hoy recordamos los dolores de
la Virgen: devoción popular desde muy antiguo, nos recuerda la pasión que precede a
la alegría. Nuestra Señora promete sus gracias a quien recuerde con ella sus
dolores.
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Evangelio según San Lucas 7,11-17.
Jesús se dirigió a una ciudad llamada
Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.
Justamente cuando se acercaba a la
puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y
mucha gente del lugar la acompañaba.
Al verla, el Señor se conmovió y le
dijo: “No llores”.
Después se acercó y tocó el féretro.
Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, yo te lo ordeno,
levántate”.
El muerto se incorporó y empezó a
hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.
Todos quedaron sobrecogidos de temor
y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros
y Dios ha visitado a su Pueblo”.
El rumor de lo que Jesús acababa de
hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.
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