martes, 15 de septiembre de 2015

“Llevaban a enterrar al hijo único de una viuda” (Jn 7,11-17.)

Evangelio según San Lucas 7,11-17.
Comentario por David Quiroa


“Llevaban a enterrar al hijo único de una viuda” 

No es natural que un padre entierre a sus hijos y por eso entendemos el dolor de una madre al ver muerto al hijo de sus entrañas.  Tanto más si el hijo ha sido falsamente acusado, ilegalmente juzgado y violentamente condenado.

El Señor se compadece del sufrimiento de aquélla viuda que se encuentra en el camino, pero no le ahorra ningún dolor a Su propia madre. Porque el dolor es parte de la santificación de la vida. 

Dios no ha querido que vivamos anestesiados, ajenos a las penas de la vida terrenal. Quiere que conozcamos el sufrimiento, para que seamos solidarios con otros que sufren.


Hoy recordamos los dolores de la Virgen: devoción popular desde muy antiguo, nos recuerda la pasión que precede a la alegría. Nuestra Señora promete sus gracias a quien recuerde con ella sus dolores.


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Evangelio según San Lucas 7,11-17.

Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de una gran multitud.

Justamente cuando se acercaba a la puerta de la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente del lugar la acompañaba.

Al verla, el Señor se conmovió y le dijo: “No llores”.

Después se acercó y tocó el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron y Jesús dijo: “Joven, yo te lo ordeno, levántate”.

El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.

Todos quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo”.


El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió por toda la Judea y en toda la región vecina.

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