jueves, 17 de septiembre de 2015

“La mujer que lo toca es ¡una pecadora!” (Lc 7,36-50.)

Evangelio según San Lucas 7,36-50.
Comentario por David Quiroa

“La mujer que lo toca es ¡una pecadora!”

¿Quién de nosotros no ha tenido la tentación de enmendarle la plana a Dios?  “Es que Él no mira, es que Él no sabe” le decimos, pretendiendo saber más que el Creador de todo el Universo.

Aquí está que Jesús sí sabe, conoce todos los pecados, las debilidades, las fortalezas y las oportunidades de cada uno de nosotros.  Y así como regaña al fariseo por no ofrecerle agua para los pies, perdona a la mujer sus múltiples pecados.

Mientras seguimos en este mundo, el Señor confía en que haremos lo correcto. Cristo no condena todavía, porque no ha llegado el momento del Juicio. Por ahora sigue perdonando, tanto más a quién más lo necesita.


El ejemplo de hoy, San Sátiro de Milán: Sátiro era un abogado, no estaba siquiera bautizado. Envuelto en un naufragio, arriesga su vida por salvar una partícula del Santísimo Sacramento, recibe el bautismo y poco después muere.

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Evangelio según San Lucas 7,36-50.


Un fariseo invitó a Jesús a comer con él. Jesús entró en la casa y se sentó a la mesa.

Entonces una mujer pecadora que vivía en la ciudad, al enterarse de que Jesús estaba comiendo en casa del fariseo, se presentó con un frasco de perfume.

Y colocándose detrás de él, se puso a llorar a sus pies y comenzó a bañarlos con sus lágrimas; los secaba con sus cabellos, los cubría de besos y los ungía con perfume.

Al ver esto, el fariseo que lo había invitado pensó: “Si este hombre fuera profeta, sabría quién es la mujer que lo toca y lo que ella es: ¡una pecadora!”.

Pero Jesús le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”.

“Di, Maestro!”, respondió él.

“Un prestamista tenía dos deudores: uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tenían con qué pagar, perdonó a ambos la deuda. ¿Cuál de los dos lo amará más?”.

Simón contestó: “Pienso que aquel a quien perdonó más”.

Jesús le dijo: “Has juzgado bien”.

Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y tú no derramaste agua sobre mis pies; en cambio, ella los bañó con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Tú no me besaste; ella, en cambio, desde que entré, no cesó de besar mis pies. Tú no ungiste mi cabeza; ella derramó perfume sobre mis pies. Por eso te digo que sus pecados, sus numerosos pecados, le han sido perdonados porque ha demostrado mucho amor. Pero aquel a quien se le perdona poco, demuestra poco amor”.

Después dijo a la mujer: “Tus pecados te son perdonados”.

Los invitados pensaron: “¿Quién es este hombre, que llega hasta perdonar los pecados?”.


Pero Jesús dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado, vete en paz”.

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