lunes, 28 de septiembre de 2015

“El que recibe a un niño” (Lc 9,46-50)

Evangelio según San Lucas 9,46-50.  
Comentario por David Quiroa

“El que recibe a un niño”

¿Qué gracia tiene eso de recibir a un niño en nombre de Dios?  Es que nos hace lo más semejantes posible a Él.  Verán: Dios es Padre.  Vela por nosotros como un padre amoroso, como “una gallina con sus pollitos” (Lc 13,34).  Cuando recibimos a un niño, tanto más si no es genéticamente nuestro, estamos haciendo lo mismo que Papá Dios, en pequeña escala.

El mayor regalo que nos ha otorgado el Señor es la libertad. Con los niños debemos ser iguales: darles tanta libertad como sea posible, pero dirigiéndoles y corrigiéndoles para que vayan por el camino bueno.  Sólo cuando vemos a un niño equivocarse nos damos cuenta del tremendo dolor que le causamos a Dios con nuestros pecados.

Y del mismo modo que recibimos al niño con la rodilla lastimada y al adolescente que se metió en problemas, Dios nos acoge y nos ayuda a salir del lío, aunque al mismo tiempo nos obligue a afrontar las consecuencias del mal que hicimos.

El ejemplo de hoy, San Wecenslao: El pueblo expulsó a la reina y eligió rey a Wecenceslao, quien inmediatamente impuso la Ley de Dios en el reino. Murió mártir y es venerado en Baviera y en la antigua Checoslovaquia.

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Evangelio según San Lucas 9,46-50.

Entonces se les ocurrió preguntarse quién sería el más grande.

Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, tomó a un niño y acercándolo, les dijo: “El que recibe a este niño en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande”.

Juan, dirigiéndose a Jesús, le dijo: “Maestro, hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre y tratamos de impedírselo, porque no es de los nuestros”.


Pero Jesús le dijo: “No se lo impidan, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes”.

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