Evangelio según San Lucas 9,46-50.
Comentario por David Quiroa
“El que recibe a un niño”
¿Qué gracia tiene eso de recibir a un
niño en nombre de Dios? Es que nos hace
lo más semejantes posible a Él. Verán:
Dios es Padre. Vela por nosotros como un
padre amoroso, como “una gallina con sus pollitos” (Lc 13,34). Cuando recibimos a un niño, tanto más si no
es genéticamente nuestro, estamos haciendo lo mismo que Papá Dios, en pequeña
escala.
El mayor regalo que nos ha otorgado
el Señor es la libertad. Con los niños debemos ser iguales: darles tanta
libertad como sea posible, pero dirigiéndoles y corrigiéndoles para que vayan
por el camino bueno. Sólo cuando vemos a
un niño equivocarse nos damos cuenta del tremendo dolor que le causamos a Dios
con nuestros pecados.
Y del mismo modo que recibimos al
niño con la rodilla lastimada y al adolescente que se metió en problemas, Dios
nos acoge y nos ayuda a salir del lío, aunque al mismo tiempo nos obligue a
afrontar las consecuencias del mal que hicimos.
El ejemplo de hoy, San
Wecenslao: El pueblo expulsó a la reina y eligió rey a Wecenceslao, quien
inmediatamente impuso la Ley de Dios en el reino. Murió mártir y es venerado en
Baviera y en la antigua Checoslovaquia.
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Evangelio según San Lucas 9,46-50.
Entonces se les ocurrió preguntarse
quién sería el más grande.
Pero Jesús, conociendo sus
pensamientos, tomó a un niño y acercándolo, les dijo: “El que recibe a este
niño en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel que
me envió; porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande”.
Juan, dirigiéndose a Jesús, le dijo: “Maestro,
hemos visto a uno que expulsaba demonios en tu Nombre y tratamos de
impedírselo, porque no es de los nuestros”.
Pero Jesús le dijo: “No se lo
impidan, porque el que no está contra ustedes, está con ustedes”.
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