miércoles, 15 de agosto de 2012


Evangelio según San Lucas 1,39-56. 
Comentario por: David Quiroa

Todas las generaciones me llamarán feliz


El Evangelio nos presenta muchos modelos de vida: pecadores que se arrepienten, apóstoles que niegan a Jesús para luego convertirse en fundamento de la fe, ricos y pobres de toda  condición.

La Virgen María es el ejemplo máximo de fe, fortaleza, sabiduría, obediencia y pureza: un modelo inalcanzable para nosotros, marcados por el pecado desde nuestra concepción; y  sin embargo cercana a cualquiera en muchísimos aspectos.  

María es pobre y humilde, a pesar de haber sido elegida como Reina por el Señor. Acepta la voluntad del Padre, a pesar de poder darle órdenes a su Hijo. Bondadosa con los demás, aunque su misión sea la más importante de la Humanidad.  

Feliz y dichosa sea la Madre de Dios, felices y dichosos nosotros que la tenemos  por Madre Celestial.

El ejemplo de hoy: La Asunción de la Virgen. María sube al cielo por el poder de Cristo, porque Él la amaba.  Y por difícil que sea creerlo, también nos ama a cada uno de nosotros.

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Evangelio según San Lucas 1,39-56. 
En aquellos días, María partió y fue sin demora a un pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo,  exclamó: “¡Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre!  ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de alegría en mi seno.  Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue anunciado de parte del Señor”.
María dijo entonces: “Mi alma canta la grandeza del Señor,  y mi espíritu se estremece de gozo en Dios, mi Salvador, porque el miró con bondad la pequeñez de tu servidora. En adelante todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí grandes cosas: ¡su Nombre es santo!  Su misericordia se extiende de generación en generación sobre aquellos que lo temen. Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los soberbios de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y elevó a los humildes. Colmó de bienes a los hambrientos y despidió a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para siempre”.

María permaneció con Isabel unos tres meses y luego regresó a su casa. 

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