sábado, 12 de septiembre de 2015

“No hay árbol malo que dé frutos buenos” (Lc 6,43-49.)

Evangelio según San Lucas 6,43-49.  
Comentario por David Quiroa


“No hay árbol malo que dé frutos buenos” 

A veces uno se cuestiona, ¿seré bueno o malo?  Uno conoce sus defectos más íntimos y a muchos nos parece que esas imperfecciones son suficientes para decir “soy malo”.  También conoce sus buenas obras y esas obras le dicen “soy bueno”.  Pero ¿cuál es la realidad?

Objetivamente, los frutos de nuestros actos son los que nos califican.  Si nuestros hijos “salen malos”, no toda la culpa la tiene la televisión y las amistades de la calle. Si a nuestro negocio ya no quiere venir la gente, no todo es culpa de la situación económica y de la competencia.

Si por el contrario, tenemos amigos que nos quieren, si nuestros hijos son respetuosos y colaboradores, si nuestro changarrito tiene ese “no sé qué” que hace que los clientes regresen, algo bueno tenemos. 

Ninguno de nosotros es totalmente bueno (“sólo Dios es bueno”), pero algo bueno llevamos dentro. Reconocerlo no es ser presumido, es agradecer a Dios ese don de bondad que Él nos regaló.

Hoy celebramos el santísimo nombre de María: El nombre de María simboliza una misión recibida desde su inmaculada concepción. Es la princesa, la doncella, la Reina, la unión de Dios con los hombres.

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Evangelio según San Lucas 6,43-49.

Jesús decía a sus discípulos:

«No hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos: cada árbol se reconoce por su fruto. No se recogen higos de los espinos ni se cosechan uvas de las zarzas.

El hombre bueno saca el bien del tesoro de bondad que tiene en su corazón. El malo saca el mal de su maldad, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

¿Por qué ustedes me llaman: ‘Señor, Señor’, y no hacen lo que les digo?

Yo les diré a quién se parece todo aquel que viene a mí, escucha mis palabras y las practica. Se parece a un hombre que, queriendo construir una casa, cavó profundamente y puso los cimientos sobre la roca. Cuando vino la creciente, las aguas se precipitaron con fuerza contra esa casa, pero no pudieron derribarla, porque estaba bien construida.


En cambio, el que escucha la Palabra y no la pone en práctica, se parece a un hombre que construyó su casa sobre tierra, sin cimientos. Cuando las aguas se precipitaron contra ella, en seguida se derrumbó, y el desastre que sobrevino a esa casa fue grande.»

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