Evangelio según San Lucas 4,38-44.
Comentario por David Quiroa
“Increpó a la fiebre y esta desapareció”
Tan confuso era lo que hacía Jesús para
sus contemporáneos, que lo miraban “hablándole” a una enfermedad. A lo mejor
sí, Jesús le hablaba a los virus y las bacterias y éstas le obedecían, pero en
realidad es una forma más de darnos cuenta que no entendemos los caminos del
Señor.
Tampoco es necesario. Si Jesús quita la
fiebre con aspirina, con antibióticos o espantando a los demonios es lo de
menos. El caso es que lo hace. Del mismo modo se ocupa de nuestros problemas
aunque no sepamos cómo.
Lo importante es que nos dejemos llevar
por Él. Dios tiene sus métodos y siempre ha tenido éxito ¿por qué íbamos a
imponerle los nuestros? Aunque lo que haga tenga tan poco sentido como hablarle
a una enfermedad.
El ejemplo de hoy, San Esteban, rey de
Hungría: Para que
veamos que sí se puede ser gobernante y santo a la vez, San Esteban es ejemplo
de un rey justo, caritativo con los pobres, recio contra las maldades.
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Evangelio según San Lucas 4,38-44.
Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón
tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella.
Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En
seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
Al atardecer, todos los que tenían enfermos afectados de diversas dolencias
se los llevaron, y él, imponiendo las manos sobre cada uno de ellos, los
curaba.
De muchos salían demonios, gritando: “¡Tú eres el Hijo de Dios!”. Pero él
los increpaba y no los dejaba hablar, porque ellos sabían que era el Mesías.
Cuando amaneció, Jesús salió y se fue a un lugar desierto. La multitud
comenzó a buscarlo y, cuando lo encontraron, querían retenerlo para que no se
alejara de ellos.
Pero él les dijo: “También a las otras ciudades debo anunciar la Buena
Noticia del Reino de Dios, porque para eso he sido enviado”.
Y predicaba en las sinagogas de toda la Judea.
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