Evangelio según San Lucas 1,39-56.
Comentario por David Quiroa
“Miró con bondad la pequeñez”
La Virgen María se fue en cuerpo y
alma al cielo sin padecer la muerte, pero no porque así lo hubiera pedido, sino
todo lo contrario.
Lo que le molesta terriblemente a
Satanás es que la Virgen triunfó con humildad donde él quiso triunfar con
orgullo. Mientras Satán decía que no necesitaba a Dios, la más grande entre las
mujeres se ponía a Su servicio.
Ahora que la Virgen María es reina de
todo el cielo, el diablo se quedó reinando en la oscuridad, donde nadie quiere
estar. Cuánto le duele al diablo saber que pudo ocupar ese trono, pero lo
perdió por no ser un poquito más humilde.
Hoy celebramos la Asunción de María: María no es una diosa ni pretende ser admirada
como tal. Al contrario, es una servidora que nos da ejemplo de servicio. Recibe
más honores el que menos los desea.
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Evangelio según San Lucas 1,39-56.
María partió y fue sin demora a un
pueblo de la montaña de Judá.
Entró en la casa de Zacarías y saludó
a Isabel.
Apenas esta oyó el saludo de María,
el niño saltó de alegría en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó:
“¡Tú eres bendita entre todas las
mujeres
y bendito es el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo, para que la madre de
mi Señor
venga a visitarme?
Apenas oí tu saludo, el niño saltó de
alegría en mi seno.
Feliz de ti por haber creído que se
cumplirá
lo que te fue anunciado de parte del
Señor”.
María dijo entonces:
“Mi alma canta la grandeza del Señor,
y mi espíritu se estremece de gozo en
Dios, mi Salvador,
porque el miró con bondad la pequeñez
de tu servidora.
En adelante todas las generaciones me
llamarán feliz”.
Porque el Todopoderoso ha hecho en mí
grandes cosas:
¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de
generación en generación
sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su trono
y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos
y despidió a los ricos con las manos
vacías.
Socorrió a Israel, su servidor,
acordándose de su misericordia,
como lo había prometido a nuestros
padres,
en favor de Abraham y de su
descendencia para siempre”.
María permaneció con Isabel unos tres
meses y luego regresó a su casa.
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