Evangelio según San Mateo 8,5-11
Comentario por: David Quiroa
“Jesús quedó admirado”
¿Qué podemos hacer nosotros que cause
la admiración del mismo Dios? El centurión
lo logra con dos simples acciones: una,
preocuparse por la salud de un sirviente, y la otra, demostrar su fe ciega en
Dios.
Los sirvientes en aquéllos tiempos
eran poco más que objetos útiles en el hogar. Que un hombre poderoso se preocupara
de uno en particular, muestra su sensibilidad humana, más allá de lo que hoy
podemos llamar “justicia social”.
Y luego, que alguien que no compartía
la religión de Israel pudiera creer en el poder del único Dios vivo, representa
un salto de fe más grande de lo que hoy damos los que sí conocemos a Señor.
Admirable sin duda. Y a pesar de todo,
nada que no podamos hacer cualquiera de
nosotros hoy mismo.
El ejemplo de hoy: San
Francisco Javier. Misionero, quiso convertir a la gran nación china y aunque
falló en el intento, dejó su vida en el camino para lograrlo.
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Evangelio según San Mateo 8,5-11
Al entrar en Cafarnaún, se le acercó
un centurión rogándole: “Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis
y sufre terriblemente”
Jesús le dijo: “Yo mismo iré a curarlo”.
Pero el centurión respondió: “Señor,
no soy digno de que entres en mi casa; basta una palabra y mi sirviente se
sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno
de mis soldados que están a mis órdenes ‘Ve’, el va, y a otro: ‘Ven’, él viene; y cuando digo a mi
sirviente: ‘Tienes que hacer esto’, el lo hace”.
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo
a los que lo seguían: “Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que
tenga tanta fe. Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y Occidente, y
se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos;
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